sábado, 15 de junio de 2013

UN HILO DE CURIOSIDAD

Soy un hombre despedido, despojado de la carne que antes colgaba ociosa e indistinta de los ganchos sucios del matadero, en espera de mis cuchilladas orbitadas por las moscas pertinaces y metálicas.
Soy barroco por cumulación misérrima.
No me pagaban por las moscas, que a veces sí daban su frenética pulpa en sacrificio, su sangre díptera. Sino por las incisiones, las sajaduras que separaban la vaca en partes, cortes de valores estipulados, como la shakesperiana media libra de carne.
Soy un paria, un viejo instantáneo, una pura mierda.
Mi complexión antes fibrosa y musculada, dotada para los estoques y las fintas, apenas y guarda una distancia formal con la mucilaginosa licuación de los muertos, prolijitos en sus losanges de madera, y a veces ni eso, ni la más minúscula filiación con lo que alguna vez viviera.
Leo en la hoja de diario que hace de mantelito para mis fideos con pesto, el asunto este de la criatura esa de las islas. Un híbrido que sacaron del agua, el pibe con branquias, escamas y no sé qué más. Me interesa de una forma extraña. O finjo que me interesa para sentirme humano, de lleno el hicico clavándose en la bosta, remedo del gato al que mató, por lo menos, la curiosidad.

Se me mete en la cabeza que verlo, tocarlo, develar el misterio que entraña su aparición y rodea su vida anterior y su muerte, podría ser, de alguna rara manera, crucial para mi, para esta forma de sobrevida, para mi, vamos a darle un crudo nombre sacerdotal, salvación.

viernes, 14 de junio de 2013

CARNICERÍA


 espacio para las reses medias. hago en mi cabeza un ámbito para la imaginería de la carne. densidad, carnosidad. las ciudades, los pueblitos hasta el último, el más menor, erigidas en la sangre traslúcida, en el agüita de las coyunturas congeladas. la carne es algo caliente. menos la salamandra que corre el arroyito de otras latitudes, superficial. menos el pez que narra en coletazos las historias siempre mísmas de su huida permanente. la carne es brío cálido, nervado, deseante. espacio en mi mente para el retozo de las reses medias. tenía yo un cuchillo para intervenirles la forma, con pericia quirúrgica. escandalosa. ahora ni eso. también mi muñon. acaricio como una niña su memoria. de carne. decapitada. los sesos se venden por encargo. se llevan con cuidado de transplante. si se supiera lo que pergeñan los ravioles de las doñas. los preparados neuronales. rumia de la carne en las buenas conciencias. deseo de redención de esos rotos animales. poco menos que un monstruo el hombre del mazazo en la nuca. y Echeverría y Rosas. pichis, giles, intercesores de la carne traducida del sánscrito. vaca. muerta. carne de mi chicatila carne.  etc. la carne no se come. no se deja comer la jabonosa carne que entinta nuestras manos blancas como la yegua de los dones. no se deja escribir, desde el vamos, desde la composiciones escolares no se deja. no está en su densidad la carne. o casi no está, no es su formación palpable. como la tos. tengo tos: pero qué tengo. es lo mísmo. padezco la carne. deseo es fiebre de esta carne, ramalazo sagrado de un padecimiento simultáneo. otra definición, ahí vamos. es simultánea  la carne. carnosidad. día en que las flores se mastican a sí mismas, que para eso son flores. flor y carne, carne de la flor. son victoria sobre lo mismo muerto. caído en cumplimiento de la carne. la carne es la flor, el trampolín de los espejismos más altos de la sangre.  aprenderá la carne que no puede escapar de ese circuito cerrado. del círculo vicioso  de ser y no ser carne. que no puede seguir pensándose y transcribiéndose a sí misma. ni para redimirse. ni para vengarse de la carne en su despilfarro de llaves y de formas. del riego denso de su voluptuosidad incurable. oh paria de mi propia mentira de carne. carne de autoengaño. y vamos dejándola

viernes, 7 de junio de 2013

RUMBEADO

Lo llevo a verla, le dijo el del bote, el del bagre enorme, amarillo y sangrante que aún delataba agonía a través de las agallas que se abrían y cerraban inútilmente.
Pero no creo que lo reciba, no habla con nadie del asunto; no le gusta nada todo este circo que montaron alrededor del muchacho.
Sé lo que acabo de contarle porque, de unos días a esta parte, la traje del puerto con unos cajones de lavanda, y, por encima del ruido del motor (un dos caballos apenas),  le pregunté, por sacar coversación nomás, si se sentía bien; no tenía buena cara, los ojos idos (amén del indeciso, vago, que se le piantaba hacia focos extraños, sin ser su culpa, ni culpa de nadie) y me largó todo el choclo. Se entiende que necesitaba desembuchar con alguien.
Soy de natural discreto, pero lo veo a usted genuinamente interesado en el tema. Además de que hizo bien en bajarse de la lancha del Paseo. Me parece que por lo menos debería intentar hablar con Burma, aunque lo vea difícil, en no ya lo tiene.
Según entendí se trata de un enamoramiento, algo como el cariño raro de una madre. Si hubo algo más no lo sé, ni tiene por qué importarme.
Lo llevo, cuidado al pisar el borde, está lleno de grasa. Si es carnicero retirado no tengo que explicarle.
Y sus manos, linda cuchillería.
La biografía de un Nadador, claro, es un sitio tan bueno como cualquiera para escarbar. No se fíe del bagre, tiene una púa de diez centímetros. Uno igual a este me abrió el brazo cuando era bisoño.

Mire la cicatriz; dígame si no parece una mariposa de otro planeta. Me rasco como sarnoso los día que hay pique. Misterio, vio, no falla nunca. 

domingo, 2 de junio de 2013

RODAMIENTOS

Un barco maderero lo sacó del agua con un guinche mecánico y depositó, con cierta zozobra, la U invertida de su cuerpo, la sonrisa triste del payaso, sobre unos troncos que tenían doscientas veces el diámetro de su espinazo;  una aspereza superficial y mucho fuego en su interior,  incapaz ya de herir el tegumento blanco que enfundaba sus carnes sucesivas y jalonadas.
Lo palparon manos grandes, le miraron la sombra azul de las agallas y el pequeño arpón venéreo; hicieron la mímica de saberle ciego el pulso;
Siempre con la asustda conciencia de que aquello no debió salir núnca del agua.
Arrancarle la gorra de latex roja con arabescos dorados habría sido tan cruel y trabajoso como desollarlo.
Nadador quitado de las vetas de esas maderas frotadas por el pintor alemán.
Tres o cuatro pescadores ociosos.
Visto por última vez el río grande, sus aguas abiertas como la sangre en canal, donde la luz del sol se racimaba con violencia de fundición vitriólica, y de olita incendiada e inconexa, sobre unos rodillos anónimos de los que rascarían casas, cajones para fruta, leña de qué templanzas.

Espaldas ignorantes de tu facultad natatoria, de la alegría rara de tus músculos al sentir las cosquillas de las raices de los camalotes, o sortear un sauce gigante desprendido de la costa y saltar fuera del agua con brío dorado; todos los movimientos, los desplazamientos del espíritu necesarios para sonreír, para gestar esas sonrisas plenas que dejaban petrificados a hombres y mujeres en los muelles; dudando por un instante, firme como el mundo y sus basamentos, de que aquella vislumbre, epifánica, fuera cierta, tuviera al menos el asidero caricioso de algunos sueños de que el habla parece, de pronto, suspensa.