sábado, 15 de junio de 2013

UN HILO DE CURIOSIDAD

Soy un hombre despedido, despojado de la carne que antes colgaba ociosa e indistinta de los ganchos sucios del matadero, en espera de mis cuchilladas orbitadas por las moscas pertinaces y metálicas.
Soy barroco por cumulación misérrima.
No me pagaban por las moscas, que a veces sí daban su frenética pulpa en sacrificio, su sangre díptera. Sino por las incisiones, las sajaduras que separaban la vaca en partes, cortes de valores estipulados, como la shakesperiana media libra de carne.
Soy un paria, un viejo instantáneo, una pura mierda.
Mi complexión antes fibrosa y musculada, dotada para los estoques y las fintas, apenas y guarda una distancia formal con la mucilaginosa licuación de los muertos, prolijitos en sus losanges de madera, y a veces ni eso, ni la más minúscula filiación con lo que alguna vez viviera.
Leo en la hoja de diario que hace de mantelito para mis fideos con pesto, el asunto este de la criatura esa de las islas. Un híbrido que sacaron del agua, el pibe con branquias, escamas y no sé qué más. Me interesa de una forma extraña. O finjo que me interesa para sentirme humano, de lleno el hicico clavándose en la bosta, remedo del gato al que mató, por lo menos, la curiosidad.

Se me mete en la cabeza que verlo, tocarlo, develar el misterio que entraña su aparición y rodea su vida anterior y su muerte, podría ser, de alguna rara manera, crucial para mi, para esta forma de sobrevida, para mi, vamos a darle un crudo nombre sacerdotal, salvación.

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