Lo llevo a verla, le dijo el del bote, el del bagre enorme,
amarillo y sangrante que aún delataba agonía a través de las agallas que se
abrían y cerraban inútilmente.
Pero no creo que lo reciba, no habla con nadie del asunto;
no le gusta nada todo este circo que montaron alrededor del muchacho.
Sé lo que acabo de contarle porque, de unos días a esta
parte, la traje del puerto con unos cajones de lavanda, y, por encima del ruido
del motor (un dos caballos apenas), le
pregunté, por sacar coversación nomás, si se sentía bien; no tenía buena cara,
los ojos idos (amén del indeciso, vago, que se le piantaba hacia focos extraños,
sin ser su culpa, ni culpa de nadie) y me largó todo el choclo. Se entiende que
necesitaba desembuchar con alguien.
Soy de natural discreto, pero lo veo a usted genuinamente
interesado en el tema. Además de que hizo bien en bajarse de la lancha del
Paseo. Me parece que por lo menos debería intentar hablar con Burma, aunque lo
vea difícil, en no ya lo tiene.
Según entendí se trata de un enamoramiento, algo como el
cariño raro de una madre. Si hubo algo más no lo sé, ni tiene por qué
importarme.
Lo llevo, cuidado al pisar el borde, está lleno de grasa. Si
es carnicero retirado no tengo que explicarle.
Y sus manos, linda cuchillería.
La biografía de un Nadador, claro, es un sitio tan bueno
como cualquiera para escarbar. No se fíe del bagre, tiene una púa de diez
centímetros. Uno igual a este me abrió el brazo cuando era bisoño.
Mire la cicatriz; dígame si no parece una mariposa de otro
planeta. Me rasco como sarnoso los día que hay pique. Misterio, vio, no falla
nunca.
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